20 marzo 2008

El extraño adiós de Morfeo

A veces me siento reina y señora del mundo de los sueños. Paseo por sus caminos, observo sus objetos, me ciego con sus luces y colores, y luego recuerdo y escribo. Pero este territorio tiene un rey, único soberano de todo lo que le rodea: Morfeo, el Dador de Forma, creador único de los mundos que visito cada vez que duermo.

Un día Morfeo se enfadó. O quizá simplemente sintió la necesidad de quedarse solo durante un tiempo. Me dijo que tenía ganas de llorar, pero en sus ojos nunca hay lágrimas. Me dijo que se retiraba durante un tiempo, pues el Caos se aproximaba, y me dejó a mí en un mundo de pesadilla. Y se fue para regresar cuando le viniera en gana.

Entonces no pude dormir. Largas noches de interminables segundos que con su sordo tic-tac me taladraban los tímpanos. Sábanas deshechas que maltrataban mi piel con sus infernales pliegues y costuras. Un calor asfixiante que pasaba a un sudor frío que me hacía caer enferma. Estaba siempre en vela, y cuando conseguía mantener los ojos cerrados durante un tiempo, la Nada: un vacío oscuro y sucio en el que mi mente me confinaba, quizá para protegerme, tal vez para castigarme. Una mente en blanco que sólo veía el cansado gris de un mundo sin sueños y el negro de la desesperación.

Pues la desesperación me visitó muchas veces, haciéndome llorar hasta caer rendida. El escozor de mis ojos se convertía en el latigazo que mi espalda necesitaba para convencerme de que estaba cansada, pero no lo estaba. Y aun así mi mente nunca se callaba, reviviendo el pasado, imaginando otro presente, deseando otro futuro. Y daba vueltas y vueltas, y me levantaba, y me volvía a acostar. Demasiado activa durante la noche y completamente atontada durante el día. Me dijeron que me estaba equivocando. Me aconsejaron que olvidara. Me pidieron que cambiara. Me amenazaron con abandonarme. Pero ¿qué pueden saber ellos? Nunca entenderán que mis sueños son mi vida y que sin ellos ésta carece de sentido.

Encontré la forma de dormir. Notaba la química haciendo efecto sobre mi cuerpo. Y ansiosa me dejaba llevar de su mano, pero Morfeo no estaba allí. Seguía sin venir a visitarme. Ya no había arena que tirar a mis ojos. Incansablemente lo busqué por todos los rincones de mi mundo, pero él no quiso aparecer. Y mi cuerpo despertaba sin hacer caso a la química, y seguí derramando inútiles lágrimas con sabor a cereza y agua de mar. Me agoté tanto que ya no sabía qué hacer. El Señor del Sueño me había abandonado sin dar explicaciones, arrancando una parte de mí y dejando que se pudriera bajo un cielo sin estrellas.

Fueron meses de interminable pesadilla, de agotamiento físico y mental, de dolor y rabia y odio y tristeza y ansiedad. Pero como en todas las historias en esta vida, siempre hay un inicio y un final, y el agua acaba volviendo a su cauce, y el río siempre desemboca en el mar. Fue entonces cuando decidí dejar de luchar, pero no por cobardía, sino para recuperar fuerzas. Había perdido una batalla, pero la guerra continuaba. Era mi guerra, personal y única, por recuperar aquello que había formado parte de mí y que se me había arrebatado sin preguntar.

Pero en el Reino de los Sueños existen otros seres a parte de Morfeo, y fueron ellos quienes, quizá por interés, o tal vez por pena, me guiaron en secreto por caminos ocultos hasta donde el Rey se encontraba. Lo vi sentado en un polvoriento rincón, con las manos en la cabeza y la frente apoyada en las rodillas. Me acerqué lentamente a él y con la llema de mis dedos rocé con suavidad y cariño sus manos. Él me miró y, con miedo en sus ojos, se esfumó, dejando tras de sí algunos granos de fina arena, que guardé en mi bolsillo y que sigo atesorando como si mi vida dependiera de ellos; soy un dragón cuidando de su amado tesoro.

Ahora consigo dormir sin la ayuda de elementos químicos. Cada noche cojo un grano de arena y lo escondo bajo mi almohada. He limpiado y cambiado de lugar mi atrapa sueños. Y cuando duermo vuelvo a pasear tranquilamente por donde me place, pero cada vez es más frecuente la desorientadora sensación de no reconocer qué es sueño y qué es real. Y a veces puedo escuchar la profunda voz de Morfeo susurrándome hermosas palabras al oído. Él me permite viajar por su reino, y yo a su vez espero paciente su regreso...

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