23 enero 2009

De las hormigas


– Pero… ¿qué es esto?
– ¿Qué pasa?
– Hay hormigas.
– ¿Cómo?
– Pues eso, que hay hormigas.
– ¿Dónde?
– ¿Por qué no te acercas y lo ves tú mismo?
– Ya voy…

– ¡Pues es verdad!
– No te rías, a mí no me hace ninguna gracia.
– Pero si sólo son hormigas…
– Ya, sólo son cientos o quizá miles de hormigas que están entrando por la puerta de la terraza en hilera y que se dirigen directamente a la cama.
– Estarán buscando comida y todo eso que suelen buscar las hormigas…
– Pues yo no puedo estar tranquila con esa larguísima hilera de hormigas pasando bajo mis pies…
– No te preocupes, ya sabes que si no las molestas no te harán nada.
– No, si yo no me preocupo por eso. Me preocupo porque he leído cosas bastante desagradables acerca de lo que pueden llegar a hacerle a un cuerpo muchas hormigas juntas.
– Te lo he dicho ya muchas veces: ¡no leas tanto! Además, imagino que las hormigas comunes de jardín no harán ese tipo de cosas.
– ¿Y tú cómo puedes saberlo? ¿Es que acaso sabes distinguir entre las distintas especies de hormigas?
– Bueno… Si miro estas… Me parecen más bien normalitas… “Comunes”.
– ¿Te estás riendo de mí?
– No, sólo intento bromear un poco para que estés más tranquila. ¿Quién no ha tenido hormigas en su casa alguna vez?
– Cuando vivía con mis padres, alguna vez habíamos visto hormigas por el piso. Pero nunca más de cinco o seis, no toda una procesión. Era como si se hubiesen perdido o algo así. Además, los gatos siempre nos avisaban de dónde estaban… Quizá deberíamos tener un gato.
– No necesitamos gatos. ¿Y las hormigas pueden perderse?
– Bueno, las expediciones de hormigas como ésta comienzan con las que exploran el terreno. Luego las demás van siguiendo su rastro. Pero si pones un obstáculo en medio de una hilera, o la rompes empujando a unas cuantas, verás como las que vienen detrás empiezan a buscarlo rápidamente porque lo han perdido.
– Voy a probar entonces… a ver si vuelven para atrás y salen de casa.
– ¿Estás seguro? ¿No sería más fácil rociarlas con un insecticida y listo? Si rociamos la puerta seguro que no entran más…
– El insecticida dejaría manchas en el suelo y las paredes… ¿No ves que es todo blanco? Los muebles, las puertas… techo, paredes y suelo… Y luego recogerlo todo…
– Ya, y me gusta mucho la decoración, pero si vamos con cuidado no tiene por qué pasar nada… Pero… ¿¿qué haces??

– Vaya… nunca había visto nada igual…
– Esto no me gusta nada.
– A mí tampoco. De pequeño, cuando veraneaba en el pueblo de mis abuelos, los niños nos juntábamos y jugábamos con las hormigas. Cogíamos un palo y rompíamos las hileras que encontráramos. Las hormigas se esparcían un poco y tardaban bastante en volver a encontrar el rastro. Pero esto es increíble…
– Ya, yo de pequeña también hacía lo mismo. Es lo que te he explicado antes. Creo que todos hemos hecho algo así.
– Sí, pero definitivamente éstas no son hormigas comunes…
– No… Está claro que no. ¿Te has dado cuenta de lo rápido que han encontrado el rastro?
– No sé qué me preocupa más: que lo hayan encontrado tan rápido, o el modo en que lo han hecho…
– Nunca había visto tantas hormigas juntas en tan poco sitio. ¡Han hecho una bola rapidísimo!
– En serio… voy a por el insecticida…

– ¡Mierda!
– ¿Qué pasa?
– Aquí. Más hormigas.
– ¿En serio?
– Míralo tú mismo. Salen de debajo de la cama.
– ¿Pero cómo puede ser? Si hicimos obras hace nada. No puede haber ningún hueco por el que puedan entrar.
– Y mira, estas son un poco distintas… Parecen más grandes, ¿no?
– Sí. Voy a buscar en Internet…
– Internet no las va a sacar de casa. Pásame el insecticida que hay en el armario.

– Esto cada vez me gusta menos.
– Es realmente extraño…
– Ni se han inmutado con el insecticida. Sólo han movido las antenas como si les molestara algo y ya está. A ver, que miro el pote. “Mata hormigas, arañas y pequeños insectos domésticos”. Sí, sirve para las hormigas, pero pone que no es eficaz contra las cucarachas.
– Pues o esto son cucarachas con forma de hormiga, o acabamos de descubrir una nueva especie… Que para el caso es lo mismo…
– Yo sólo te digo que hay que hacer algo. No pienso dormir en esta cama… ni en esta casa… con estas hormigas tan extrañas correteando por ahí. No me gusta la idea de despertarme bajo una manta de ellas. Vi una película hace tiempo y no se me quita la imagen de la cabeza: no puedes moverte para que no te piquen, y tienes que tapar todos los orificios de tu cuerpo, orejas, ojos, nariz, boca, para que no entren dentro.
– Entre el cine y los libros…
– A ver, ¡es pura lógica! Son muchas y muy pequeñas. Pueden meterse por donde quieran. Y para colmo éstas ni siquiera son normales!
– Tienes razón… Pero entonces… ¿Qué hacemos?
– La verdad… No suena demasiado bien y me avergüenzo un poco de ello… Pero una vez…
– ¡Nunca dejarás de sorprenderme!
– ¿Pero me vas a dejar contarlo?
– Vale, vale, perdona… Prosiga, señorita.
– Muy gracioso… Bueno, ya sabes que mis abuelos tienen un terreno con una casa en Tarragona. Pues hace años, cuando la casa todavía no estaba acabada y ni siquiera había jardín y todo eran piedras y tierra, encontré varios hormigueros. Metía un palito por el agujero y todas las hormigas salían rápidamente. Lo que hacía era ponerles obstáculos alrededor para que se agruparan todas en un mismo sitio.
– Ya veo: una granja de hormigas.
– No, y déjame seguir. El caso es que rellenaba el sitio en el que las encerraba con paja y hojas secas… Y cuando ya había un montón les prendía fuego.
– ¿Cómo? ¡Qué grande eres! Lo dicho: ¡nunca dejarás de sorprenderme!
– Pues quiero que sepas que me arrepiento mucho de haberlo hecho. Cuando empecé a ver cómo pasaban poco a poco de color negro a rojo, como un hierro candente, ya sabes, y cómo se retorcían, me sentí muy culpable…
– Y de ahí tu afición por los animales, ¿no? Vale, no respondas. Lo que quieres decirme es que quieres que hagamos bolas de hormigas rompiendo las hileras y que las quememos, ¿cierto?
– Exacto…
– ¿Y no podías decirlo directamente? Algo así como: “¿Y si las quemamos vivas?”.
– No soy tan bestia.
– Sí lo eres, solo que lo has dicho muy fino. Voy a por unas cerillas… Tú busca algo que les obstaculice el paso.

– ¡Oye!
– ¿Qué?
– ¿Puedes venir un momento?

– Traigo las cerillas. ¿Qué pasa?
– Mira.
– ¿Pero qué…?
– Eso mismo.
– ¿Dónde están las hormigas? ¿Y qué narices es eso?
– A ver… Tranquilidad. La hilera que venía de la puerta de la terraza… La vimos los dos, ¿no? Y eran unas malditas y pequeñas hormigas aparentemente normales.
– Exacto.
– Vale. Pues que alguien me explique por qué narices han crecido tanto y de dónde les han salido las alas.
– Esto empieza a darme mala espina…
– Pero…
– ¿Qué?
– …
– ¿Qué pasa? ¡Dí algo!
– Que son bonitas, ¿no crees?
– ¡Pero…! Mmmm… Hombre, la verdad es que sí…
– Mira cómo son sus alas. Parecen de mariposa.
– Sí…
– Además, según como las mires parecen traslúcidas, y según como, de terciopelo negro con dos ojos mirándote. Parecen salidas de un sueño… ¡Auch! ¿Qué haces?
– Te pellizco para demostrarte que no es un sueño.
– En los sueños también puedes sentir dolor, listillo. Bueno, ¿intento coger una?
– ¡Pero qué dices! Hace un rato decías que no querías estar aquí dentro por culpa de una simple hilera de hormigas, ¿y ahora dices que quieres capturar un bicho de estos que ni sabemos lo que son, ni cómo se han transformado, ni nada?
– Bueno… Imagina que salimos por las noticias.
– Claro, sí, y los vecinos diciendo: “Nunca lo habríamos pensado… Parecían tan normales… Ha sido toda una sorpresa para nosotros, jamás lo hubiéramos pensado”.
– Bueno, ¿y qué quieres que te diga? Si las quemamos vivas y luego explicamos la historia, nadie nos creerá. Y si hacemos fotos dirán que es un montaje…
– Como tú veas. Pero a mí no me metas en esto. Cuando acabes avísame para quemarlas a todas.

– Sabes…
– Dime…
– Creo que no puedo hacerlo.
– ¿Coger una?
– Sí.
– Hace un momento estabas muy decidida.
– Ya, pero…
– ¿Pero?
– Pues que me da mala espina. Algo me dice que no debemos tocarlas.
– Claro. Ya te lo he dicho yo antes. Si no las molestas se irán solas y ya está. Pero como las hagas enfadar…
– ¡Que no son abejas!
– … Avispas…
– ¡Abejas, avispas, lo que sea! Son unas hormigas que se han convertido en hormigas enormes con alas de mariposa y mosca a la vez. Y no sé…
– Se me está ocurriendo algo.
– ¿El qué?
– Se está haciendo tarde y tengo hambre. Hagamos una cosa. Salgamos a comer algo, relajémonos, y luego volvemos y vemos lo que hacemos con ellas, ¿vale? Puede que incluso se hayan ido.
– Tienes razón…
– Bien. Voy a por las llaves.
– ¿Me traes mi bolso, por favor? No quiero entrar en el dormitorio…
– Sí, ahora voy.

– Creo que deberíamos dejar la puerta de la terraza abierta, por si acaso. Por si deciden irse.
– ¿Y si entran más?
– Si entran más… Pediremos ayuda a alguien. Pero si las encerramos aquí, seguro que están cuando volvamos.
– Sí, tienes razón…
– Anda, tranquilízate, ¿vale? Vamos a despejarnos un poco.
– Vale. Pero esta vez paga usted, señor mío, que menuda época llevo.
– Muy bien, señorita.

2 comentarios:

  1. Y k pasa con las hormigas?, ahora me kdo con la intriga d k habra sucedido cuando vuelvan de comer, jo, sto no se hace!!!

    taba to enganchao.. :(
    un beso

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  2. Gracias por tu comment selquist, es lo malo que tienen algunos sueños, que no tienen final... Pero lo bueno es que quizá lo importante no es cómo acaba el sueño, sino el por qué del mismo.

    Imagina mi decepción al despertarme, yo también quería saber qué pasaba con las hormigas...

    Dulces sueños!

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