05 abril 2011

De una noche en Kailua (Oahu, Hawaii)

Esa noche me estaba costando mucho dormir. A pesar de haber sido un día agotador y de sentirme terriblemente cansada, había dormido tan sólo tres horas y mis ojos parecían no querer permanecer cerrados más de cinco minutos seguidos. Di vueltas en la cama durante dos horas más, repasando mentalmente todo lo que me había sucedido desde hacía unos días. Movía el pie inquietamente, cada vez más rápido, signo inequívoco de que para mi cuerpo esa no era la hora de dormir. Por la ventana se colaban los sonidos de las ramas de las palmeras mecidas por la suave brisa nocturna del Pacífico. Había luna llena; su luz se colaba por las rendijas de la persiana. La temperatura era perfecta. Pero yo no podía dormir.

Me levanté y me dirigí a la cocina, con mucho cuidado de no hacer ruido para no despertar a mis compañeros. Como aún no conocía bien la casa, tuve que caminar despacio y tanteando mi alrededor para no chocar contra nada. De hecho tardé bastante en encontrar el interruptor de la luz de la cocina. Abrí la nevera y me serví un vaso de agua bien fría. Eso pareció relajarme, pero seguía sin sueño.

Me entró hambre, así que cogí unas galletas de esas enormes con trocitos de chocolate, de las que sólo se ven en las películas y series americanas. También cogí una lata de café Mocca y un par de servilletas y me dirigí al patio trasero; si no podía dormir, esperaría el amanecer con calma.

Un estrecho camino unía el patio trasero con la pequeña piscina climatizada. Allí me dirigí sin necesidad de luz alguna; la luna parecía alumbrar más de lo normal en esa zona del Pacífico. “O quizá soy yo que estoy demasiado cansada”, pensé mientras me sentaba en la tumbona y abría la lata de café con mucho cuidado. Y me tumbé y observé el cielo estrellado, y me asombré de la claridad con la que podía ver la Vía Láctea, y entonces me di cuenta de la cantidad de años que hacía que no la veía, y eso me entristeció ligeramente porque me hacía pensar en el paso del tiempo, pero me alegró por el hecho de estar allí, en aquella parte del planeta, en aquel preciso instante, observando la luna y las estrellas. No quería que el tiempo pasara.

Lo cierto es que desconozco si me quedé dormida o no. Tengo un recuerdo borroso de hacerse de día, de ver a M (una de las otras tres personas con las que viajé) pasar hacia la piscina, de sentir una fina lluvia caer durante un breve lapso de tiempo, y de la noche volver a caer. Repito, no sé si fue un sueño o si realmente me quedé allí, paralizada en aquella tumbona, durante un día entero. Incluso creo recordar que mantuve una conversación con M, en la que hablamos sobre las personas y cómo nuevas situaciones hacen que éstas descubran algunas facetas y características de su personalidad que de otro modo habrían tardado más en conocer, y criticamos los pequeños y tontos detalles que nos habían molestado ese día, y también nos reímos de las situaciones ridículas y tremendamente graciosas que habíamos vivido. Y cuando volvió a ser de noche, salí de mi ensueño y decidí darme un chapuzón.

Así que me puse el bikini, me metí en la piscina y, haciendo el muerto, seguí observando la luna y las estrellas y la Vía Láctea, que se habían movido en el firmamento. El agua estaba templada y yo me encontraba completamente relajada. Pero en cuanto noté que los ojos se me cerraban, salí del agua y volví a acostarme en la tumbona, y de ese modo me quedé dormida.

Cuando desperté era plena mañana y hacía un sol cegador. Tras desperezarme busqué a mis compañeros por la casa pero sólo encontré una nota que decía que habían ido a la playa y que no sabían cuando iban a volver. Eso me sentó algo mal, ¿por qué no me habían despertado? O quizá me vieron dormir tan profundamente que no querían despertarme. “Bien”, pensé, “seguro que hay una forma de llegar a la misma playa a pie. Esto es Kailua, no es tan grande...”.

Pasamos tres semanas en la isla de Oahu, en Hawaii, y quizá os preguntéis por qué ahora hablo de una noche supuestamente insignificante y no de todas las anécdotas que nos sucedieron estando allí. Cuando queráis os puedo contar miles de historias, pero ahora simplemente me apetecía recordar esa noche tan extraña y borrosa, especial y única como el momento de mi vida y el lugar en el que me encontraba.

Una noche peculiar y maravillosa...