06 abril 2008

Controlando pesadillas

Hoy celebro veintisiete vueltas recorridas alrededor del Sol. Veintisiete largos paseos que me van llevando por caminos que no sé si he elegido o si ya estaban escritos para mí. Y durante la gran mayoría de las noches en las que el planeta seguía girando los sueños nunca me han abandonado. Ni las pesadillas.

Faltaba poco tiempo para el inicio de la carrera. Los monoplaza ya estaban calentando motores y ruedas en el circuito urbano de la ciudad que acogía el Gran Premio. La chica paseaba tranquila pero rápidamente a través del larguísimo trazado, observando a mecánicos, periodistas y demás habituales del deporte mientras buscaba un sitio decente desde el que observar el espectáculo. Nadie le impedía el paso, pues de su cuello colgaba visiblemente un pase de prensa que le permitía el libre acceso a cualquier zona del recinto, incluido el Start Grill, la zona de paddock y el Pit Lane.

Cuando al fin parecía haber encontrado una zona con una vista espectacular, en la última curva del circuito, allí donde más adelantamientos se producirían, alguien le recomendó que no se quedara allí, ya que existían demasiadas probabilidades de que en ese punto en concreto se produjeran espectaculares salidas de pista. El muchacho la invitó a un cubata mientras ella, agradecida por el consejo, subía por una frágil escalera de lona hacia una plataforma sobre ese punto. Y entonces recibió la llamada.

"Debes venir cuanto antes", le dijo apremiante una voz de mujer. "¿Ahora?", contestó la muchacha. ¿Por qué tenía que sucederle eso exactamente en ese mismo momento? ¿No le podrían haber avisado antes? Ya era noche cerrada y la carrera acababa de comenzar; claramente se la perdería por completo. De modo que, intentando no ser atropellada por ninguno de los veloces vehículos de carreras, cruzó peligrosamente el asfalto hasta introducirse en una vieja mansión.

Bien, ahí empieza la pesadilla. Se respira un aire festivo que se torna angustia con la llamada. Una gigantesca mansión habitada por una familia alemana que la había abandonado poco antes del Gran Premio. Suciedad y polvo por doquier, y demasiados objetos extraños, aunque difusos, como si fueran hologramas mal sintonizados. Una habitación cerrada en el sótano, llena de niñas.

"Esto es lo que hemos encontrado en uno de los dormitorios", afirmó la mujer que la había llamado poco antes por teléfono, tendiéndole unas fotografías y mostrándole un vídeo en su portátil. En él se observaba una niña de unos seis años, desnuda y siendo violada por un hombre maduro de piel blanca. Al parecer una cámara de vigilancia había estado grabando todos los movimientos ocurridos en la estancia durante los últimos meses. "Está todo registrado", le informó la mujer. La muchacha avanzó unos minutos el vídeo, para observar cómo la niña hacía sus necesidades en un rincón de la habitación, en la que se acumulaba el orín y las defecaciones. FastForward, ahora se veían unas diez niñas que vagaban a ciegas por el cuarto. FastForward, la habitación estaba a rebosar de niñas. Algo captó su atención: algunas de ellas yacían muertas en las esquinas, otras caminaban como zombies, y... "¡Dios mío!", exclamó con repugnancia; unas niñas se comían vivas a otras. "¡Pero qué cojones es todo esto!", no pudo evitar exclamar entre arcadas. "Hay que entrar en acción".

Se abre la pesada puerta metálica, y yo comienzo a desvelarme. Estoy empapada de sudor, y las sábanas me asfixian con sus pliegues, molestándome y haciéndome sentir incómoda. Como en mi pesadilla, estoy en mi dormitorio a oscuras, y llego a abrir los ojos para observar el brillante piloto rojo de Standby de mi televisor. Pero, todavía dormida y semiconsciente de mi estado, encuentro una posición en la que seguir descansando, y vuelvo a la habitación de los horrores.

"¿Todo este infierno aquí abajo mientras allí arriba se celebra un Gran Premio? Deberíamos avisar a las autoridades", exclamó la muchacha nerviosa. Sabía que era un peligro acercarse a esas niñas. El olor que desprendía la estancia era horrible: sudor, heces, vómitos y putrefacción en estado puro. Y cuando las niñas se dieron cuenta de la presencia de las dos mujeres, fueron a por ellas.

Yo salía corriendo por el pasillo, notando cómo mi corazón deseaba abandonar mi pecho a través de la garganta. Volvía a notar las sábanas sobre mi cuerpo, el pantalón de mi pijama se me arremangaba molestamente hasta las rodillas y mis manos palpitaban de calor, pero yo sólo miraba al pasillo, en el que podía observar la figura oscura de una de las niñas mirándome fijamente. Paralizada, sólo deseaba huir.

Y entonces me dije: "¡Despierta! No es más que una pesadilla, nada de eso es real, ¡despierta!". Pero yo seguía inmóvil en el pasillo, y la niña se giraba y corría tras la mujer que me había llamado, y al perderla de vista mi cuerpo se paralizó aún más, pues ahora el peligro era invisible y podía aparecer tras cualquier esquina. "¡Despierta ya, maldita sea! Ya has vivido estas sensaciones muchas veces, ¡sabes cómo hacerlo!", volví a gritarme, y agarrando las sábanas con fuerza empecé a alejarme de aquel tenebroso y dantesco lugar, sintiendo aún la presencia del peligro y la muerte, y seguí pensando: "¡Abre los ojos de una vez!".

Y los abrí, repitiéndome para mí misma: "Es una pesadilla, ya estás despierta, has conseguido huir, tranquila, respira hondo, enciende la luz y observa tu dormitorio, vuelve a la realidad". Pero al estar aún a oscuras seguía sintiendo el miedo en lo más profundo de mis entrañas, y me pregunté si la niña estaría esperándome en el interior de mi habitación, hasta que me dije: "Ya has conseguido abrir los ojos, ahora sólo falta que observes con luz". De modo que me incorporé en la cama y rápidamente encendí las luces.

Y volví a mi cuarto, diciendo para mí misma: "¿Ves? Has escapado conscientemente de la pesadilla". Me sentí entonces poderosa y fuerte, y cuando el pánico fue desvaneciéndose el sueño volvió a adueñarse de mí, y seguí soñando plácidamente, esta vez con el primer día laborable tras mi cumpleaños...