21 octubre 2006

Del terremoto y los fantasmas de la empresa

Hace un mes aproximadamente, hubo un terremoto.

Esa noche no podía dormir. Desconozco la razón, pero estaba intranquila; no dejaba de dar vueltas en la cama, notaba mi mandíbula rígida y ya no sabía en qué posición quedarme. Quizá uno de los motivos fuese la cantidad de luz que entraba por mi ventana, aunque tenía echada la persiana. Parece ser que los vecinos de enfrente estaban celebrando una fiesta, porque la luz parecía provenir de un enorme foco, y se oían gritos y golpes.

Cuando finalmente, y debido al cansancio, conseguí conciliar el sueño, todo empezó a moverse. Noté primero una sacudida, y luego mis piernas, mis brazos y finalmente mi cabeza empezaron a temblar. Asustada, toqué la pared, que también se movía. Los sonidos del exterior cesaron, para dejar paso a un rugido profundo. Cuando al final todo pasó, decidí irme de ese edificio. Era como si un sexto sentido me hubiese advertido de que se acercaba un terremoto, y ahora un séptimo me aconsejaba que saliera de esa casa, que podía derrumbarse en cualquier momento. Así que, sin encender la luz, me vestí y decidí irme lejos: a la empresa en la que trabajo.

A unos 45 minutos de trayecto, quedaba lo suficientemente lejos y en una zona despejada, que me daba tranquilidad. No había nadie en la calle, y mucho menos en el edificio, aunque la puerta de la entrada estaba abierta. Entré, subí las escaleras y me encontré la enorme puerta principal abierta de par en par. Enfrente, el gigantesco recibidor estaba completamente vacío; sólo las luces de emergencia iluminaban la estancia, por lo que muchos rincones quedaban en la completa oscuridad. Durante unos segundos, mientras pensaba qué hacer, observé la fría hermosura de las plantas de plástico de la mesa, que parecían brillar con luz propia.

Probablemente debido a la preocupación por el terremoto y por mi seguridad física, me había desvelado completamente. Muchos despachos se encontraban cerrados y no me apetecía ponerme a buscar las llaves, así que mientras me paseaba por el estrecho pasillo de la derecha, recordé que en la sala de reuniones había una enorme televisión de plasma. Me acerqué a la puerta, y comprobé que estaba medio abierta, de modo que entré y miré la estancia. A la derecha, la enorme televisión; en medio de la sala, una también enorme mesa rectangular con un agujero en medio. En la pared opuesta a la puerta en la que me encontraba, a la derecha de la mesa, había una puerta corredera que daba a un balcón de unos tres metros de ancho; incluso en la penumbra podía ver la mesa y sillas típicamente playeras, como si esperaran a que saliera el sol.

Encendí la televisión, dejé mi bolso granate sobre la mesa, y con el mando a distancia en la mano, me senté en la parte opuesta de la misma. Empecé a cambiar de canal aburridamente; la programación a altas horas de la madrugada es realmente horrible. Me detuve en uno de los canales autonómicos, en los que ofrecían una entrevista a un hombre muy grande, muy gordo y muy rosa; de alguna manera, su traje marrón y su cara de cerdo me recordaron al protagonista de una famosa película de animación japonesa. Me quedé viendo el programa, y poco a poco, el sueño se fue apoderando de mí, hasta quedarme dormida.

Pero poco después desperté sobresaltada y, mirando el reloj a la luz gris del canal muerto de televisión, mi mente empezó a pensar con rapidez: eran casi las seis de la mañana, hora del primer turno de trabajadores. En cualquier momento aparecería el personal de seguridad y una parte de la plantilla, y ciertamente se sorprenderían cuando les explicara que había pasado la noche allí. Volví a sentir esa urgencia por huir de donde me encontraba: me dirigiría al metro, iría a almorzar, y más tarde volvería como si hubiese llegado desde mi casa. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me dí cuenta de algo que no había visto antes.

En el techo, un fino raíl colgaba en todos los pasillos y salas. ¿Cómo no lo había visto antes? Escuché unos pasos, y acercándome a la puerta, que había dejado abierta de par en par, miré a la izquierda, donde se encontraba la recepción, para ver una sombra que parecía un traje de seguridad. Me había despertado demasiado tarde; tendría que esconderme. Miré hacia la derecha, pero no pude ver nada: el pasillo estaba completamente a oscuras. Entonces escuché un click, y un zumbido de maquinaria poniéndose en marcha. Asustada, me giré, cogí el bolso rápidamente, y me volví a dirigir a la puerta. Pero cuando estaba a punto de salir de la estancia, vi algo que colgaba del raíl.

Un muñeco vestido de ejecutivo se mecía suavemente de un lado a otro, mientras avanzaba hacia la sala. Al llegar a la puerta, se había detenido, pero su balanceo no cesaba. Con una ligera forma de percha, su cuerpo ovalado y sin piernas y su cabeza de trapo negra y sin rostro me observaban fijamente, y su balanceo hipnótico me helaba. Me agaché y pasé de largo, notando mi corazón golpeando fuerte en el pecho, para encontrarme más muñecos vestidos de ejecutivo colgando en el raíl, con su balanceo horrible y su presencia aterradora. Iban de un lado para otro, cada uno a su despacho, y me vigilaban. Yo era una intrusa en ese lugar.

Mi mente objetiva sólo pudo susurrarme al oído: "Sólo son muñecos de trapo. No van a descolgarse del techo; sal corriendo y vuelve más tarde como si no hubiese pasado nada. Corre, ¡corre!". Así que, sin dejar de mirar a los raíles, y sabiendo que el muñeco de la sala de reuniones se había girado para seguirme, corrí hacia la salida.

Al llegar a la recepción, unos nuevos muñecos colgaban de los raíles: esta vez eran completamente blancos, y en su cara se dibujaban unos ojos y una sonrisa de color negro claramente pícaras. El zumbido de la maquinaria que supuestamente los ponía en movimiento seguía zumbando en el ambiente, y en cuanto uno de los muñecos blancos, que parecían fantasmas, me vio, todos empezaron a dirigirse hacia mí. Volví a correr, con la sola idea de salir a la calle, y cuando empecé a bajar las escaleras, uno de los fantasmas empezó a descender por un hilo, como si de una araña colgando de su hilo se tratase. Seguí bajando las eternas escaleras de caracol, con el fantasma pisándome los talones y bajando a mi ritmo, sin dejar de mirarme. No podía huir, no había escapatoria posible. Y sentí que, tan cerca de la salida pero tan lejos de la libertad, estaba a punto de desmayarme.

No recuerdo qué sucedió después de eso; sólo sé que desperté en mi cama, sin saber cómo había llegado hasta allí. Y ese día no quise ir a trabajar...

3 comentarios:

  1. Holitas,
    pues yo a mi este sueño, o una de dos, o he soñado yo algo parecido en algún momento de mi vida o alguna vez he visto o leído algo muy parecido, porque tengo una sensación de dejà vû de haber experimentado lo que explicas en él que no te imaginas... es más estaba convencido que este sueño ya lo habías publicado en alguno de tus blog anteriores.
    Está bien eso de explicar tus sueños, voy a tener que pensar en hacer algo parecido, pero lo cierto es que últimamente llego tan cansado y duermo tan poco que cuando lo hago normalmente me despierto porque escucho mis propios ronquidos, jajajjaa, y eso que es muy raro que yo ronque!!!
    Besitos!!!

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  2. Frase célebre: El que siembra errores, recoge catástrofes.


    El terremoto participa del sentido general a todas las catástrofes: el de cambio brusco de la vida, que tanto puede ser para bien como para mal.


    No dejes de soñar...

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  3. No me creo lo del bolso granate, sé que siempre vas de negro..........

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