18 noviembre 2006

De cuando no pude pasar las Pruebas (o de cuando el Oráculo me habló)

Hace unos meses empezaron las Pruebas. Se realizaban en un pueblo en el que nunca había estado; parecía un pueblecito medieval pero moderno al mismo tiempo, como atemporal. Las calles tenían adoquines, y las casas eran pequeñas, con techos de paja, y estaban muy juntas las unas a las otras. Se respiraba un aire festivo, aunque había cierto nerviosismo en el ambiente; la gente reía y hacía bromas mientras entraba y salía de las distintas casas, la mayoría de ellas tiendas.

Yo iba sola, aunque me iba encontrando con gente que me acompañaba durante unos minutos. Como ya he dicho, era la primera vez que estaba allí, y me sentía muy perdida; admiraba la seguridad con la que el resto de personas iban de un lado para otro, ansiosas por pasar las Pruebas. Yo ni siquiera sabía de qué trataban, pero nadie me lo iba a explicar. Sólo me decían: "tú puedes", "ya verás que es sencillo", "las pasarás sin problemas", "esto no es nada para ti". Todo el mundo me animaba, y se sorprendía al saber que aún no las había pasado. "¿Cómo? ¡Pero si eres la persona más adecuada para ello! ¡Pero si tú estás preparadísima! ¡Todos confiamos en ti! ¿A qué esperas? ¡Siempre tan segura de ti misma, no puedo creer que ahora no te atrevas! ¡Pero si has pasado por cosas peores! ¡Eres la persona indicada para hacer historia! ¡Todo el mundo da por hecho que ya las has pasado! ¡No nos defraudes!". Todas esas palabras no me ayudaban en absoluto. Y aunque todo el mundo me animaba, en realidad estaba completamente sola.

Iba vagando por las calles, sin saber muy bien qué debía hacer. ¿Debía meterme en alguna de las casas? Cuando una puerta se abría, solo había oscuridad. Me detuve en un cruce, mientras el gentío seguía su camino sin hacerme caso. Entre tanta confusión, vi que alguien se acercaba a mí. Me sorprendí al ver que era un antiguo compañero de la escuela, quien con una sonrisa de oreja a oreja me dijo: "Voy a pasar las Pruebas ahora, ¡estoy nervioso! ¿Y tú? ¿Ya las has pasado?". Le respondí que no, y que ni siquiera sabía lo que tenía que hacer.

"Es muy sencillo", me respondió, "yo ya las he pasado varias veces. En principio con una sola vez basta, pero es un reto personal que me gusta conseguir cada cierto tiempo". Ahí alcé una ceja, ya que precisamente este chico era la última persona que habría podido imaginar enfrentándose a lo desconocido. De pequeño, al menos, había sido tímido e introvertido, y siempre parecía muy poco seguro de sí mismo. ¿De dónde sacaba esa fuerza?

"Mira, entra conmigo si quieres en esta casa", me indicó, señalando una de las pequeñas edificaciones. "Fíjate bien, pues no es una tienda; dentro no hay nada, sólo el más oscuro abismo. Lo único que tienes que hacer es entrar por esta puerta de aquí y salir por el otro lado, ¿ves? ¿No es emocionante? ¡Pero no pongas esa cara! Al principio da miedo, pero una vez lo has conseguido, verás que es como un juego de niños..." . Y, diciéndome esto, se dirigió corriendo a la puerta. Al llegar a ella, se giró y, con una amplia sonrisa, me gritó: "¡Estoy seguro de que lo conseguirás! ¡Nos vemos luego y me explicas qué tal!". Y desapareció.

Quizá lo que más miedo me daba era el hecho de que todo el mundo estaba muy seguro de sí mismo. Todas esas personas se enfrentaban a lo desconocido, a la muerte (pues había oído decir que en algunos casos la gente no llegaba a salir jamás de las casas), con una calma envidiable; realmente lo disfrutaban. ¿Era yo la única que lo veía como algo realmente peligroso? ¿Por qué debía pasar yo también esas pruebas? Mi angustia iba creciendo, y mi cuerpo parecía no responder a mi petición de moverse. Sólo quería llorar, quería irme, quería que toda esa gente supiera que yo no estaba preparada para esas pruebas, que no podía hacerlas.

Entonces se acercó otro amigo, al que hacía unos meses que no veía. Me miró amablemente y, abrazándome cariñosamente por los hombros, me sonrió y me dijo: "Estás nerviosa, ¿verdad?". Y en ese preciso momento me puse a llorar; rodeada de gente que esperaba tanto de mí y que no entendía mi inseguridad, al fin alguien empatizaba conmigo. Me empujó suavemente fuera de la multitud, diciéndome: "No te preocupes, deberás pasar las Pruebas, pero sólo cuando tú creas que puedes hacerlo, no cuando quiera el resto de la gente. No les hagas caso. Quizá aún no estás preparada, pero voy a llevarte a un lugar que podrá ayudarte".

De modo que me dejé llevar por su dulce abrazo protector, hasta que abandonamos el pueblo y el paisaje se tornó moderno y, de algún modo, futurista: amplias avenidas, enormes rascacielos, y plástico, cemento, acero y vidrio contrastaban con los caminos de tierra y las casas de adobe y ladrillo del pueblo. Tras entrar en uno de los rascacielos, subimos hasta la planta superior (entre la veinte y la treinta, creo recordar), y entramos en un enorme despacho. No había muchos muebles, sólo una hilera de sillas en una de las paredes, y enormes ventanales en otras dos. Al fondo de la habitación había una enorme mesa y una silla de despacho, y dos mujeres de edad avanzada paseaban arriba y abajo con un montón de papeles en las manos. Cuando mi amigo entró, lo saludaron: "¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te ha ido todo? ¡Se te ve muy bien!". A mí me ignoraron por completo, aunque creí notar una mirada de desprecio por parte de ambas mujeres.

Cuando terminaron de hablar, mi amigo me indicó que me sentara en una de las sillas, y él se sentó en la de al lado. Mirando a una de las señoras, le dijo: "Ella tiene que prepararse para las Pruebas, y yo, aunque ya las he pasado, quiero ayudarla". La mujer volvió a mirarme con desprecio, y acto seguido le dio un papel arrugado y un vaso de agua, y desapareció. Mi amigo, sin mirarme, puso el papel sobre el reposabrazos de la silla y tiró el vaso de agua por encima. Me quedé observando sus movimientos, seguros y precisos, mientras utilizaba el vaso para quitar las arrugas de la hoja, que por otro lado vi que estaba escrita a máquina, aunque no pude leer lo que ponía. Yo seguía estando angustiada, y no me creía capaz de hacer ni siquiera algo aparentemente tan sencillo como eso. Tras unos minutos de ver a mi amigo, empecé a darme cuenta de que quizá yo también sería capaz de hacerlo. Por algo debía empezar, ¿no? Mi amigo no me dirigía la palabra, pero supe que sólo tenía que imitar sus movimientos cuando yo quisiera hacerlo, aunque de algún modo su silencio me apremiaba a ello.

Y, tras varios minutos de indecisión, una oleada de atrevimiento me empujó a llamarle la atención a una de las mujeres. "Este es el momento; si dejo que esta sensación pase, quizá no vuelva a atreverme a nada en toda mi vida". La mujer me miró nuevamente con desprecio, y le pedí una hoja y un vaso de agua. Me miró sorprendida, y me tendió la hoja y el vaso. Empecé a tirar el agua sobre la hoja, y entonces la mujer se me acercó y me dijo: "Quizá deberías empezar a deshacerte de algunos problemas para poder afrontar otros nuevos con más fuerza, ¿no crees?". Y acto seguido desapareció de mi vista.

Jamás en mi vida unas palabras me habían afectado de esa manera. Me quedé paralizada, sintiendo como si alguien se hubiese metido en mi mente y hubiera recorrido hasta los rincones más escondidos de ella, descubriendo nuevos lugares que yo desconocía. Me sentí invadida y desnuda, pero la peor sensación de todas fue el darme cuenta de la razón que tenía la mujer, y de lo imperfecta que yo era... Porque esas palabras decían muchas cosas más, no sólo su significado. Fue como descubrir una parte de mí jamás conocida... Y esa era realmente la Prueba que debía pasar; conocerme a mí misma, no a través de la imagen que mostraba a los demás, sino llegando a todas esas partes de mí que no me gustaban.

Supongo que a día de hoy sigo pasando esa prueba...

1 comentario:

  1. Frases célebres:

    - Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.

    - La conquista de uno mismo, es la más grande de las virtudes.


    La confianza en ti mismo es el primer secreto del éxito.


    No dejes de soñar...

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