22 octubre 2006

Del hombre que se ahorcó en mi habitación

Hace casi un año, si no me falla la memoria, un hombre decidió suicidarse en mi habitación.

Era una apacible mañana de sábado. Aun estando dormida, recuerdo perfectamente esa sensación de bienestar en la cama: abrigada por las sábanas, con el cuerpo descansado y disfrutando de un sueño tranquilo.

Pero de repente unos golpes me despertaron. Eran golpes rítmicos que parecían proceder de la pared opuesta a mi cama. Al principio pensé que algún vecino debía estar haciendo ruido, pero me estaba desvelando y decidí mirar mi habitación.

Serían las diez de la mañana. Por las rendijas de la persiana se colaba la luz del sol, confiriendo un ambiente cálido y cómodo al dormitorio. Podía oír el canto de los pájaros, y el agua correr en la pequeña fuente del patio de abajo. La atmósfera llamaba a un despertar perfecto si no hubiese sido por lo que sucedería después.

Los golpes seguían sonando rítmicamente en la pared. Miré por toda la estancia, pero mis ojos aún estaban dormidos. Al principio no vi nada, de modo que me volví a estirar en la cama. Pero ya me había desvelado, y los golpes comenzaban a ponerme nerviosa. Así que opté por levantarme, pero cuando me estaba incorporando, entonces lo vi.

Me pregunto cómo entró en mi habitación. Tampoco entiendo de dónde estaba colgado. Sólo sé que momentos antes, ese cuerpo inerte no estaba ahí; parecía haber surgido de la nada. Me froté los ojos y volví a mirar: el cadáver seguía ahí, en una esquina de mi habitación, balanceándose de izquierda a derecha, golpeando con sus pies la pared. ¡Qué horror sentí cuando mi mente comprendió que los golpes los producía una persona muerta! Porque, de algún modo, tenía la extraña sensación de que, aun muerta, esa persona golpeaba la pared a propósito...

Se trataba de un hombre de unos cuarenta años de edad, de constitución delgada pero musculada. Vestía con un traje cuyo color no supe reconocer, quizá debido a un juego de luces y sombras, pero diría que era gris oscuro o marrón. Pude ver un enorme reloj, probablemente carísimo, en su muñeca izquierda, y un anillo dorado en su mano derecha. También llevaba una corbata que había desabrochado, y la camisa blanca parecía sudada y sucia. Pero no pude ver su cara: el cadáver me daba la espalda casi todo el tiempo, y cuando se giraba, su rostro quedaba en la penumbra, lo cual no hacía más que acrecentar mi sensación de terror.

¿Quién era? ¿Cómo llegó hasta mi habitación? ¿Qué desafortunada cadena de hechos le llevaron a suicidarse? Y ante todo, ¿por qué en ese lugar? Mientras mi mente daba vueltas a todas esas preguntas, creo que me desmayé. Al cabo de un rato, no sé si minutos u horas, desperté para encontrar mi habitación, de nuevo, vacía.

El ahorcado había desaparecido. Quizá, al fin y al cabo, jamás había habido un cadáver colgando del techo de mi habitación...

1 comentario:

  1. Frase célebre: Vivimos en unos tiempos en que a uno le gustaría ahorcar a toda la raza humana y poner términos a la farsa.

    Todos tenemos impulsos agresivos inconscientes hacia algunas personas. A nivel de insconciencia, que el sujeto sufra algún percance.

    No dejes de soñar...

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