17 octubre 2006

De cómo aprendí a volar

Hace tiempo, cuando iba al colegio (debía tener unos 15 años), aprendí a volar.

Estaba en mi cuarto de baño, y acababa de salir de la ducha. Aún no me había vestido, y estaba envuelta por una toalla azul. Estaba de pie entre la ducha y la pica para lavarse las manos; mi cuarto de baño es muy estrecho. De repente, recordé cómo daba volteretas en el agua cuando iba a la playa, y la sensación que eso producía; desgraciadamente, sabía que si ahora quería dar una voltereta sobre mí misma, sólo conseguiría caerme de bruces. Pero aún así di un pequeño saltito, y cuál fue mi sorpresa cuando noté que mi cuerpo era mucho más ligero de lo que me pensaba. Volví a dar otro saltito, esta vez impulsándome hacia delante, y mientras caía la toalla que me cubría el cuerpo, conseguía girar en el aire sobre mí misma.

La sensación era la misma que al dar volteretas en el mar, pero multiplicada por mil gracias a la sensación de libertad que ofrece no estar rodeada de agua. No recuerdo haberme vestido, pero tampoco sé si estaba desnuda; salí rápidamente a mi balcón, queriendo experimentar más esta nueva característica.

Todo parecía mucho más amplio entonces, como si mi vista hubiese hecho un zoom al mundo. En el balcón, me encontré a una niña de unos diez años que no conocía, con sus pies y manos desnudos en la barandilla. La miré con curiosidad, y ella me devolvió la mirada con una sonrisa extraña, como diciendo: "Al fin lo has descubierto". Entonces la niña se levantó, de modo que sólo los dedos de sus pies tocaban la barandilla; con qué fluidez y experiencia se movía, sin miedo a caerse, tan segura de sí misma. Flexionó un poco las piernas para darse impulso, sonrió y se lanzó al vacío. En unos segundos la perdí de vista.

Quise seguirla, pero temía que no pudiera alzarme más de unos centímetros del suelo. Entonces recordé: en una plaza cuadrada, muy similar a la plaza de San Marcos en Venecia, yo había volado con las palomas. Recordé cómo primero había dado un pequeño saltito para darme impulso; recordé cómo mi cuerpo aún era pesado, por lo que sólo podía deslizarme a unos diez centímetros del suelo. Las palomas me rodeaban y volaban a mi lado, pero sin hacerme caso. Había una hermosa fuente en la plaza, y quise subir hasta lo más alto, dándome pequeños impulsos. No había llegado a volar más que unos segundos cada vez; parecía más bien como si la gravedad de la tierra fuera menor, lo que me permitía mantenerme flotando durante un breve lapso de tiempo.

Recordando todo eso, me convencí a mí misma de que era capaz de flotar durante unos minutos. Pero mientras subía a la barandilla imitando los movimientos de la niña, noté que mi cuerpo era muy pesado. Tuve miedo, pero mi curiosidad era mayor, por lo que sin pensarlo me lancé al vacío como había hecho ella. Al principio, sólo pude deslizarme muy cerca del suelo, rodeando un árbol, cerca de una pared. Poco a poco fui tomando impulso y subí hasta lo más alto del edificio más cercano. Desde allí, fui deslizándome, como dando grandes zancadas y planeando en el aire, de edificio en edificio, hasta llegar a una famosa avenida de mi ciudad.

Allí me noté muy cansada, por lo que decidí sentarme en una ventana. Los edificios parecían sacados de un videojuego de la época; las ventanas se repetían una y otra vez, como si de una textura se tratase. Y me encontré otra vez con la niña, que me miró y me sonrió de nuevo. No sé por qué, pero su presencia me agradaba, al mismo tiempo que me producía respeto y miedo. Su sonrisa era ambigua, como queriéndome explicar que yo acababa de descubrir un don maravilloso y al mismo tiempo peligroso. Por eso decidí que no quería volver a verla; quería descubrir yo sola hasta dónde podía llegar con mi nuevo don.

De modo que, aunque estaba muy cansada, volví a volar, y cómo me sorprendí al darme cuenta de que mi técnica había avanzado mucho. Ya no me deslizaba; ahora sí volaba sin problemas. No me era necesario darme impulso con los pies en ningún objeto sólido; sólo tenia que dirigir mi cuerpo en una dirección concreta, ya fuera arriba, abajo, a la derecha o a la izquierda. Vi mi ciudad desde lo más alto; pude observar la curvatura del horizonte, como si el planeta fuese mucho más pequeño de lo que realmente es.

Y con esa maravillosa vista desperté... Incluso ahora, cuando salgo de la ducha y aún voy envuelta con mi toalla, me pregunto si sería capaz de dar un pequeño saltito y...

1 comentario:

  1. Frase célebre: ¿por qué contentarnos con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar?

    En los sueños, volar siempre expresa un deseo de escapar de las situaciones y problemas de la vida diaria.

    No dejes de soñar...

    ResponderEliminar