11 octubre 2008

De un día de guerra

Un moderno avión de combate sobrevuela el frondoso bosque colindante a Ciudad. Ciudad es un mundo de máquinas y polución, un enorme laberinto de hormigón, acero y cristal monocromo que alberga en su interior todos los males del mundo, cual caja de Pandora sin abrir. Sus habitantes saben que hay guerra, pero la guerra queda lejos, allá donde crecen árboles milenarios que no les sirven para nada en su día a día. No les preocupa la destrucción del pulmón del planeta. Sólo quieren seguir comiendo basura y vendiendo sus vidas a cambio de dinero de plástico rígido. El resto no importa.

A lo lejos se divisan los Altos Picos, blancos gracias las fuertes nevadas del pasado invierno. La visión es espectacular: el azul radiante del cielo recortando los montes y las piedras, y a sus pies un gigantesco mar ondulado de miles de verdes. Es hermoso.

El avión despierta a la muchacha. Supone que se trata de un Vigilante. El enemigo no osaría volar tan bajo. Ha pasado la noche allí, en el gigantesco edificio abandonado, tras haber realizado la entrega para la que se la contrató. Ahora espera órdenes.

La chica se despereza con calma, aunque nunca está tranquila. No debe bajar la guardia. Recuerda con todo lujo de detalles la intensa jornada anterior: cómo se adentró en aquella frondosa jungla para llegar a pies del enorme edificio. Su misión era llegar a la azotea sin ser vista, y su camuflaje termo-óptico se lo puso sencillo. Cuando consiguió alcanzar su objetivo depositó el maletín negro en la marca que se había señalado. Una vez realizada la entrega recibió órdenes de mantenerse a la espera y pasar la noche oculta en la segunda planta de la construcción semi derruida. Para no ser descubierta, la muchacha no se despojó de sus ropas negras y se acostó cerca de uno de los enormes ventanales, con su rifle cerca de su cuerpo. El único calor que podía llegar a sentir era el de la pólvora.

A los pocos minutos de despertar recibe las nuevas órdenes. Un equipo especial de apoyo se reunirá con ella en las instalaciones para sacarla de allí. Al parecer las cosas se están poniendo bastante feas cerca de la frontera, y a pesar de que la zona parece ser segura, algún detalle ha puesto nerviosos a sus superiores. ¿Una emboscada, quizá? Aunque entrenada para las operaciones de sigilo, la muchacha sabe aprovechar cualquier ocasión para entrar en combate. Le gusta mucho esa sensación de la adrenalina recorriendo su cuerpo y la capacidad de reacción que posee ante cualquier situación de peligro. Nunca falla, nunca se equivoca. Siempre toma la decisión correcta en el momento oportuno. Por eso ella es demasiado valiosa como para perderla en una misión rutinaria.

El avión cambia el rumbo y se dirige a la azotea. Allí se detiene sin parar los motores. Se escuchan pasos rápidos y sonidos metálicos. Al instante entran cinco personas en la gigantesca sala en la que se encuentra la mujer. El avión inicia su despegue y se marcha.

Uno de los hombres se deshace del aparatoso casco que cubre su cara. Sudando, mira a la chica.

– La zona es segura, pero no por mucho tiempo. Hay que salir de aquí.

Ella lo mira desconfiada. No se fía del trabajo en equipo; no le gustan los espías.

– ¿Cuándo? –pregunta tranquila.

– En unas horas. Te avisaremos cuando esté todo preparado.

– ¿Quién os envía? ¿Es él? –vuelve a preguntar la muchacha clavando sus oscuros ojos en los del hombre, azules como el cielo sobre sus cabezas.

– Sí –responde el hombre, muy seguro de sí mismo. La mira unos instantes y continúa:– Nuestra misión es asegurarnos de que llegas sana y salva a Ciudad.

Ella suelta una risita descarada.

– No necesito ayuda, gracias. –Acto seguido se da la vuelta y se dirige a la posición en la que ha estado durmiendo. Pero el hombre la sigue y le coge de un brazo. Ella no tiene intención de pelear, al menos de momento, por lo que se gira con calma.

– Mira, nuestras órdenes son esas y vamos a cumplirlas, ¿entendido? –escupe sin miramientos. Tiene el ceño fruncido, pero su mirada refleja respeto.

– Entendido –responde ella sin perder los nervios. De todos modos está alerta. Es la primera vez en muchos años que le envían refuerzos sin haberlos solicitado o que no se le dan órdenes de manera directa. ¿Ir a Ciudad? Intentará ponerse en contacto con su superior para pedir explicaciones.

El resto de soldados han recorrido y asegurado el perímetro, pese a todas las trampas que ha colocado la muchacha. Ahora cada uno ocupa una esquina de la planta. No se pierden de vista, pero ella hace como si no estuvieran allí. Se prepara algo de comer y duerme un poco más. Ellos siguen vigilando, incluso cuando cae la noche. Preparan turnos de vigilancia. Y así pasan las horas hasta que se hace de día.

De repente se oye a lo lejos el motor de un enorme tanque. La chica coge sus prismáticos y observa: el enemigo debe haber cruzado ya la frontera. Aunque duda que consigan localizarlos, sí verán el enorme edificio y seguramente decidirán entrar para inspeccionarlo y quizá quedarse en él.

– Mierda –susurra. Se levanta y mira a los soldados. El hombre de ojos azules la mira y le da una señal. Ella asiente mientras él se comunica por radio con la central para informar de su situación. Pero ella siempre ha preferido el trabajo en solitario, de modo que no piensa quedarse escondida esperando atacar al enemigo por la espalda. Le gusta mostrarse ante el rival y hacer de la lucha un juego limpio y en igualdad de condiciones. Por eso se mueve rápidamente hacia su mochila y empieza a preparar su armamento cerca de la ventana. El hombre de ojos azules le hace más señas para que se esconda, pero ella lo ignora. Cuando al fin divisan el tanque, todos esperan inmóviles.

El tanque marrón avanza lentamente por el camino de tierra que lleva hasta el edificio. Cuando uno de los enemigos desciende del mismo, la muchacha entra en acción sin pensárselo dos veces, obligando al resto a hacer lo mismo. Puede escuchar a la perfección un grito a sus espaldas. “¡Mierda!”, está gritando el hombre mientras da nuevas órdenes a su equipo. Entre los sonidos de cristales rotos que provoca la colisión de una bala contra el ventanal se pueden oír también los gritos de alerta del enemigo. Saben que hay alguien que busca pelea.

La mujer dispara sin piedad y acaba con tres de los soldados enemigos. Otros ocho aguardan en el tanque, que mueve despacio su gigantesco fusil hacia la ventana rota. Pero la mujer es más rápida y ha previsto esta situación; ella y el resto de hombres, todos atados por la cintura con un arnés, se lanzan sin pensarlo sobre la pesada máquina y ella coloca una potente bomba lapa en uno de los costados. Su pelo lacio y negro se mueve con violencia con cada uno de los bruscos pero certeros movimientos de la chica.

– ¡Vamos, todo el mundo arriba! ¡Ya! –chilla tras accionar un botón que recoge el cable y la devuelve a la ventana. Los cinco hombres la imitan pero uno de ellos es alcanzado en una pierna por una bala enemiga. La bomba lapa estalla y la onda expansiva lo empuja hacia una viga de hormigón, en la que rebota con fuerza. El cable consigue recogerlo antes de que el fuego lo engulla, pero está gravemente herido.

– ¿Te has vuelto loca? –le grita de nuevo el hombre de ojos azules–. ¡Has puesto en peligro a todo mi equipo!

Ella no aparta su ojo derecho de la mirilla telescópica de su arma mientras le responde con calma:

– Dime, ¿cuántas bajas enemigas habéis conseguido vosotros cinco? –Y sonríe.

– ¡Me da lo mismo! ¡Nos han enviado aquí para protegerte y ahora tengo a un hombre malherido!

– No pienso discutir contigo. Pero tampoco os necesito.

Y dicho esto le lanza una bolsa negra a los pies. Él la recoge y se la tiende a uno de sus soldados, que se apresura en abrirla y extraer todo lo necesario para ayudar a su compañero herido: gasas, alcohol de quemar, inyecciones de antibióticos de amplio espectro y un bisturí. A ella no le perturban en absoluto los gritos de dolor del soldado. Probablemente tendrán que cortarle la pierna si el equipo de rescate no llega a tiempo. O quizá se le encharque antes un pulmón debido a una costilla rota. Pero no es su problema.

Entonces recibe una llamada en su comunicador. Es la coronel.

– Tienes que largarte de ahí. Ya hemos enviado un coche que recogerá a los otros cinco. No confiamos en la seguridad de la zona, de modo que ese coche hará de señuelo. Tú deberás pasar de largo del coche y seguir por el camino de tierra hasta que encuentres otro vehículo. No deberás preocuparte por nada; tenemos a todo un equipo de hombres especializados en misiones de este tipo que te estarán vigilando vayas a donde vayas.

– Espero que estén más especializados que éstos –responde ella mirando de reojo al soldado caído–. ¿Cuánto tardáis?

– La estimación es de seis minutos y medio. Cierro la línea. Por favor, cuídate.

Luego, silencio.

El hombre de ojos azules parece haber sido informado también de las nuevas órdenes. Por un instante se miran y el mundo parece paralizarse. Luego ella recoge todas sus cosas y roba algo de munición al soldado caído. Le da un par de golpes en el hombro y le susurra al oído:

– Te pondrás bien.

Y sigue mirando por la ventana, y durante cuatro minutos y veinte segundos observa la belleza del bosque que se extiende ante sus ojos. Se pregunta cómo es posible que exista algo tan terrible como la guerra en un mundo tan bello. Es difícil creer que a unos pocos kilómetros de distancia se yergue la mayor urbe del mundo; un bosque muy distinto a éste, y más peligroso aún. Entonces ve aparecer el coche blindado por el camino. Entre dos hombres han llevado al soldado herido a la azotea, donde supuestamente será recogido por un helicóptero de rescate. Bajan todos por la ventana y cuando se acercan al coche ni siquiera se despiden. Ella sigue corriendo por el camino de tierra.

Corre tres kilómetros hasta que aminora la marcha. No se oye ningún sonido extraño, pero tampoco ve ningún coche. Sigue caminando completamente alerta. Empieza a atardecer y no quiere quedarse sin luz. Las sombras se alargan hasta que llega a una avenida de diez carriles. Escondida entre la maleza, observa los modernos vehículos ir y venir, ajenos a todo conflicto bélico. Ajenos a una agente en misión especial que los observa desde la cuneta. Ajenos a cualquier problema que vaya más allá de sus cuadradas y miserables vidas.

Un vehículo negro, similar al anterior, aminora la marcha. Ella mira y al instante corre hacia el asiento del copiloto. Ya está a salvo.

El conductor es un hombre negro, de aproximadamente dos metros de altura. Sus gafas de sol ocultan sus ojos y su cabeza desnuda brilla con el sudor.

– Bienvenida –le dice con voz grave y una media sonrisa indicadora de satisfacción.

– Ya pensaba que no vendríais a por mí. Tengo hambre.

– En la parte de atrás hay comida caliente. Un par de perritos y pizza; no es demasiado. Lo siento.

– Ya me sirve –responde ella mientras se gira a por la comida.

La autopista es larga y no hay demasiado tráfico a esas horas. A los veinte minutos la muchacha ha comido y se siente descansada. El paisaje se mueve veloz a través de las ventanas y las figuras se deforman y pierden su color lentamente a medida que el sol cae. Ella cierra los ojos y piensa que parece mentira que esa misma mañana haya acabado con la vida de diez hombres. Ahí dentro, arropada por el calor de una persona a su lado y por la comida, tiene la sensación de haber tenido un mal sueño; la guerra no va con ella, no tiene ni idea de qué va, y jamás ha sido agente especial. Ahora sólo se dirige a casa a dormir y a seguir haciendo una vida normal. Despertar por la mañana y…

Tal pensamiento le produce vértigo, y un suspiro sale de su boca cuando abre los ojos y se incorpora en el asiento.

– Te quedaste dormida. ¿Una pesadilla? –pregunta el hombre con pinta de gángster.

Ella no responde. No puede imaginarse el vacío al que se enfrentaría de tener una vida normal. No sabría qué hacer. Mira por la ventanilla y ve que el tráfico ha aumentado. A lo lejos se dibuja el artificial horizonte de Ciudad.

– Estamos llegando –le informa él.

A medida que se acercan a Ciudad el tráfico se vuelve cada vez más denso y todas las arterias principales de la urbe sufren continuas retenciones. Ellos se dirigen a la zona Oeste, tal y como les indica el GPRS del vehículo. Cuando se detienen ante un semáforo en rojo el hombre se quita el cinturón.

– Tengo que dejarte. A partir de ahora conduces tú. En cuanto el semáforo se ponga en verde recibirás una llamada con las indicaciones de tu destino. Tienes preparado un alojamiento. Ha sido un placer. Cuídate y llega a vieja, ¿querrás? –y dicho esto, se baja las gafas de sol y le guiña el ojo.

Sale del coche y ella se mueve al asiento del piloto mientras ve cómo el gigantesco hombre se aleja perdido entre la multitud que está cruzando el paso de peatones. Luego mira el volante y por un momento tiene la sensación de no poder conducir aquel vehículo de última generación. Quizá se deba a que hace demasiado tiempo que no pilota un turismo, por muy militarmente preparado que éste esté. O quizá es una duda mucho más interna; por un momento piensa en que nunca sabe qué va a hacer hasta recibir órdenes. Siempre esperando, siempre cumpliendo. Cuando el semáforo se pone en verde y el comunicador comienza a sonar, ella espera unos segundos antes de responder, mientras se imagina a sí misma entrando en cualquier habitación de cualquier hotel, metiéndose en cualquier cama y durmiendo como cualquier persona normal para despertar por la mañana y...

2 comentarios:

  1. Lo que más me ha gustado es la introducción que haces, los dos primeros párrafos.
    Luego la historia está bien, es entretenida y tal. Me ha recordado a una de las pocas series actuales que sigo más menos y me gustan, dark angel, mezclado con un componente de series de espías y misiones.
    Saludos ;)

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  2. Muchas gracias aspirante! Tuve este sueño hace meses, pero lo recuerdo perfectamente, sobretodo el final. No conozco la serie que me dices, pero a saber qué me habrá influido!
    Dulces sueños,

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